Carmen Perilli
Escritora - Doctora en Letras
Los libros no respiran del mismo modo diferente; cada uno se toma su tiempo. Hace tres años publiqué “Improlijas memorias”, un texto testimonial sobre la pesadilla de la dictadura desde el insilio, que se fue armando a lo largo de más de 40 años. “El almirez”, en un registro distinto, reúne distintos tiempos de mi vida: relatos familiares, poemas y narraciones, noticias y, sobre todo, una suerte de crónica de los viajes a Aguilares a ver a mi madre en sus últimos años. Ella trajo una y otra vez, incansablemente, las voces de mis abuelos y bisabuelos, como intentando que no se perdieran sus historias antes de abandonarnos. Volvió a contarnos los cuentos con los que habíamos crecido, esos pasados eran para ella más cercanos que el presente que la abandonaba. Su despedida se arrulló con narraciones, algunos de cuyos hilos se truncaban antes de terminar, pero que acabaron por constituir un solo tejido. En este libro, como las especias en el almirez, se machacaron sus relatos. La voz central de mi libro es la de mi madre que a lo largo de cuatro años fabuló de nuevo la historia familiar.
A veces los objetos sobreviven a varias generaciones y traen consigo restos de historias empapadas de vidas pasadas. Tenerlos entre nuestras manos nos deja una agridulce sensación de nostalgia. Uno de mis mayores tesoros es un almirez que hace más de 100 años da vueltas por las casas familiares. Un almirez es un mortero pequeño y portátil, que vino del mundo árabe y se usa en la cocina mediterránea para moler especias, semillas, ajos, etc. A veces puede servir como instrumento de percusión para acompañar cantos tradicionales. En mi almirez, mi bisabuela en Esmirna y mi abuela en Tucumán maceraron y compartieron sus historias, aunque no se conocieron. De acuerdo a la leyenda familiar, el objeto llegó a Tucumán en manos de la misteriosa familia sefardí de mi abuelo Salomón. Como en todo cuento, en el del almirez alguien hace el papel de malvada. Mi madre cuenta que Victoria, la mujer del hermano de mi abuelo, suplantó el almirez nuevo y reluciente por uno usado. Siempre me fascinó saber que había cruzado el océano, proveniente de las manos de la pequeña mujer vestida de negro, que parece perdida en el mundo lejano de una pequeña foto. Un libro puede ser un almirez en el que se mezclan historias en vez de sustancias.
Mecanismos
La memoria está ligada a la narración, une nociones como las de memoria y archivo. La literatura no sólo se nutre de sus contenidos, sino que replica sus mecanismos. Siempre me ha interesado la cuestión de las memorias, en este caso la memoria personal y familiar se trama entre Aguilares y Tucumán en el viaje que todos los fines de semana realizábamos para visitar a mi madre encerrada en un mundo a veces triste, a veces tierno. Escucharla era volver a entrar en su mundo y en el de mi padre que ella conocía en detalle.
Las historias nos llevaban a Málaga en España, a Castello del Monte en Italia, a Esmirna en Turquía, relatos que intentaban atrapar esas vidas que migrando se instalaron en estas tierras. Cada domingo yo escribía pequeños relatos en el Facebook que me sirvió como cuaderno. Estos textos se unieron a una larga trayectoria como estudiosa de la literatura de mujeres latinoamericanas en la que recogí astillas de textos maravillosos que dan cuenta de la fuerza de los afectos. El libro se completa con algunos testimonios como el cuaderno de familia de mi bisabuelo y una entrevista a mi abuelo Miguel. “Inventa un cuento que te sirva de memoria” dice la chilena Nona Fernández.